Llamado “el santo de Europa”, Juan nació en el pueblo de Capistrano, Italia en 1386. De joven destacó por su brillante intelecto llegando a ocupar grandes puestos en la política de su región. Sin embargo habiendo caído en la cárcel, meditó y se dio cuenta de que ganar este mundo no le valdría de nada, por lo que decidió entregar su vida a Dios.
 
     En este sentido, la historia cuenta que como era muy vanidoso y le gustaba llamar la atención, decidió llegar al convento de los franciscanos montado en un pobre burro y mirando hacia atrás, siendo aceptado. Mas no fue fácil la adaptación, pues el sacerdote encargado de los novicios le puso muchas pruebas con tal de probar la conversión de este hombre de 30 años.
 
     Así fue como poco a poco iba predicando por distintas tierras de Europa llevando el mensaje de Jesucristo a muchas personas; llegando a reunir grandes multitudes en pueblos, plazas y templos. Sus sermones (de dos a tres horas de duración) se basaban en criticar los vicios y juegos de azar, llegando a hacer que las personas quemaran lo que los incitaba a ellos y pidieran a gritos el sacramento de la confesión.
 
     Además, San Juan de Capistrano se caracterizaba por un espíritu penitente y gran elocuencia y diplomacia, llegando a recibir misiones de cuatro papas consecutivos (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) y a ocupar en dos ocasiones el cargo de vicario general de la orden franciscana.
 
     A la edad de 70 años Dios le llama para dirigir la guerra que liberaría a los cristianos de Hungría del poder musulmán, y no con otras armas que no fueran la oración y la penitencia, logró reunir a un gran ejército y conseguir así su cometido.
 
     Finalmente producto de esta guerra se desató una epidemia de tifo (enfermedad producida por la picadura de algunos insectos), la cual acabaría con San Juan de Capistrano (ya bien debilitado de por sí) el 23 de octubre de 1456. 
 
Con información de: EWTN y aciprensa.
 
Gabriel Ceballos
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