Jesús le respondió: —Escrito está: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (cf. Mt. 4,4)

 

     La palabra de Dios llega a nosotros para calmar la necesidad que a menudo ni siquiera notamos que persiste allí. Sed de amor, de algo que llene nuestra vida. Hambre de paz, de justicia, de seguridad. De la misma forma que existe el alimento para que podamos subsistir, así busca la Palabra saciar nuestras ansias. Tal y como lo vemos reflejado en las bienaventuranzas: <dichosos los que tengan hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados> (cf. Mt. 5,6).

     La Biblia es el alimento espiritual que no perece, que no pasa, que consuela y brinda esperanza. Conocerla es conocer a Dios, su plan e historia de salvación. Hacerla presente en nuestras vidas. Leerla y saber que está destinada a guiarnos y ayudarnos a discernir la Voluntad del Padre, que es <buena, agradable y perfecta>. A aceptarla, aun cuando parezca difícil de cumplir. A alentarnos en las tribulaciones, recordándonos que Dios es fiel y siempre vendrá en nuestro auxilio. <Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino> (cf. Salm. 119,115); es luz en medio de lo que puede parecer tinieblas y el bálsamo perfecto para aliviar aquello que parece no sanar; nos da las herramientas para alcanzar la santidad, nos muestra el camino y nos invita a llamar, a anunciar. Es enseñanza, es amor. Y asimismo nos enseña a amar, a convivir, a corregir a nuestro hermano, a ayudar y a esperar.

     ¡Cuán difícil es confiar ante la dificultad! Pero el buen Job, a pesar de todo lo que sufrió y cuánto le decían que dejara de esperar en Dios, nos legó sus palabras: «aunque Él me matara, seguiría esperando en Él» (cf. Job 13,15) y no fue decepcionado ni abandonado. Así es Dios, y así nos lo enseña la Biblia. Hay más de Él que conocer de lo que imaginamos; sus promesas, su fuerza, su bondad, lo que Él nos da, aun cuando no lo merezcamos, sólo por gracia.

     No hay libro más perfecto, más lleno de amor, de pruebas, de sabiduría. Aunque entre sus escritos también se encuentren guerras y sufrimiento, Dios al final coloca todo en su lugar y nos muestra que todo ha formado parte de su plan; un plan que al final fue nuestra salvación. La prueba más grande de amor.

     La Biblia es palabra de Dios, y las palabras del Señor son palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68), por lo cual, no debe leerse como un libro más. Es fundamental orar siempre antes de leerla, pedirle a Dios que te permita escuchar lo que Él quiere decir, que te conceda sabiduría y la capacidad de encontrarle en cada reglón. Si al leerla, aún no lo encuentras; vuelve en su búsqueda, pues Él allí permanece, esperando a que suceda.

Yuvimar Jaime

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