Oficio de Lecturas
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
INVITATORIO
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras."
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
HIMNO
Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.
Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.
Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.
La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme. Aleluya.
Salmo 30, 2-17. 20-25
SÚPLICA CONFIADA DE UN AFLIGIDO
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
I
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor,
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Ant. Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme. Aleluya.
Ant. 2. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.
II
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Ant. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.
Ant. 3. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.
III
¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.
Ant. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.
VERSÍCULO
V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.
R. Se alegran por el Dios vivo. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 21, 1-26
VIAJE A JERUSALÉN
En aquellos días, después de habernos separado de los presbíteros de Éfeso, nos embarcamos y fuimos derechos a Cos; al día siguiente, a Rodas y, de allí, a Pátara, donde encontramos una nave que hacía la travesía a Fenicia. Nos embarcamos y nos dimos a la mar. Luego dimos vista a Chipre, que dejamos a la izquierda; fuimos navegando hacia Siria, y por fin desembarcamos en Tiro, porque allí tenía que dejar la nave su carga. Buscamos y encontramos a los discípulos, y nos quedamos allí siete días. Ellos, inspirados por el Espíritu, aconsejaban a Pablo que no subiese a Jerusalén. Pasados aquellos días, salimos, acompañados de todos, con sus mujeres y niños, hasta fuera de la ciudad y, después de orar de rodillas en la playa, nos despedimos; nosotros subirnos a bordo, y ellos se volvieron a sus casas.
De Tiro vinimos a Tolemaida, terminando así nuestro viaje por mar; y, después de saludar a los hermanos y de estar un día con ellos, salimos al día siguiente y llegamos a Cesarea. Entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos allí. Tenía él cuatro hijas vírgenes, que tenían el don de profecía. Llevábamos allí varios días, cuando bajó de Judea un profeta, llamado Ágabo, que vino a visitarnos. Y, tomando el cinturón de Pablo y atándose pies y manos con él, dijo así: «Esto dice el Espíritu Santo: "Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cinturón, y lo pondrán en manos de los gentiles."»
Cuando escuchamos esta predicción, le instamos, tanto nosotros como los que se encontraban allí, a que no subiese a Jerusalén. Pero Pablo respondió: «¿Qué hacéis con llorar y abatir mi corazón? Yo estoy dispuesto no sólo a dejarme atar, sino a morir en Jerusalén por el nombre de Jesús, el Señor.»
Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir, diciendo: «Hágase la voluntad del Señor.»
Unos días después, hechos los preparativos para el viaje, emprendimos la subida a Jerusalén. Nos acompañaron algunos discípulos de Cesarea, que nos llevaron a hospedar a casa de Nasón, un chipriota, discípulo de los primeros tiempos. A nuestra llegada a Jerusalén, fuimos recibidos gozosamente por los hermanos; y, al día siguiente, vino Pablo con nosotros a visitar a Santiago, reuniéndose también allí todos los presbíteros. Después de saludarlos, Pablo les fue contando una por una las maravillas que por su medio había realizado Dios entre los gentiles. Ellos glorificaron a Dios al escuchar sus palabras. Luego le dijeron: «Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe; y cómo todos son observantes celosos de la ley. Pero les han hecho saber que tú enseñas a los judíos de la diáspora a desertar de la ley de Moisés, y que les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan las tradiciones mosaicas. ¿Qué vas a hacer ahora? Ciertamente, se han de enterar que has llegado aquí. Haz, pues, lo que te vamos a decir. Tenemos aquí a cuatro hombres que tienen hecho voto de nazareato. Llévalos contigo y, junto con ellos, cumple el rito de tu purificación; paga por ellos para que puedan dejarse rapar la cabeza, y así todos conocerán que no hay nada de lo que han oído decir de ti, sino que también tú sigues observando la ley. Por lo que se refiere a los gentiles que han abrazado la fe, ya les escribimos, después de madura deliberación, que se abstengan de las viandas ofrecidas a los ídolos, de comer sangre, de comer carne de animales ahogados y de la fornicación.»
Al día siguiente, Pablo, acompañado de aquellos hombres, cumplió el rito de su purificación. Y así, anunciando el final de los días del nazareato, acudió con ellos al templo, hasta que terminasen de ofrecerse los sacrificios por cada uno.
RESPONSORIO Hch 21, 13; Col 1, 24
V. Yo estoy dispuesto no sólo a dejarme atar, sino a morir en Jerusalén
R. Por el nombre de Jesús, el Señor. Aleluya.
V. Voy completando en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, las tribulaciones que aún me quedan por sufrir con Cristo en mi carne mortal.
R. Por el nombre de Jesús, el Señor. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De una plática de san Juan de Ávila, presbítero
(Plática enviada al padre Francisco Gómez, S. I:, para ser predicada en el Sínodo diocesano de Córdoba del año 1563: BAC 304, Obras completas del santo maestro Juan de Ávila, 3, pp. 364-365. 370. 373)
EL SACERDOTE DEBE SER SANTO
No sé otra cosa más eficaz con que a vuestras mercedes persuada lo que les conviene hacer que con traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho en llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal. Y si elegir sacerdotes entonces era gran beneficio, ¿qué será en el nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura? Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hecho semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejantes al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas son cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad. Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos.
RESPONSORIO 1 Ts 2, 8; Ga 4, 19
V. Queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser.
R. Porque habíais llegado a sernos muy queridos.
V. Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros.
R. Porque habíais llegado a sernos muy queridos.
ORACIÓN
Oh Dios, que hiciste de san Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros. Por nuestro Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
Lunes a sábados: 6:00 pm.
Domingos: 9:00 am y 6:00 pm.
Hora Santa: Jueves: 5:00 pm.
Santo Rosario: 30 minutos antes de misa.
Confesiones: antes de misa.
Bautizos: Sábados: 11:00 am.
1- ROPERO PARROQUIAL.
2- FARMACIA PARROQUIAL.
3- COMEDOR DE NIÑOS Y ANCIANOS EN PASO REAL, DE LUNES A VIERNES.
4- RUTA DE LA CARIDAD LOS DIAS MARTES DESPUÈS DE MISA DE 6:00 P.M.
De lunes a Viernes de 9:00 a.m. a 12:00 m. y de 3:00 p.m. a 5:30 p.m.
Teléfono: (0241) 8783316